"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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15-10-2021 |
Marcelo Marchese
No se sabe, nunca se sabe, quién incendió los templos cristianos en Canadá como “represalia” a las más de mil tumbas de niños aborígenes encontradas en instituciones educativas cristianas.
Como es sabido, en el proceso de colonización de América, Asia, África, Oceanía y la misma Europa, la Iglesia Católica, y los protestantes, cumplieron un rol privilegiado en la tarea de arrasar las culturas primitivas, pues la capacidad de resistencia de un pueblo está dado por su cultura. Destruida la identidad de un grupo o de un individuo, pierde toda defensa.
Estos criminales, en los internados en que apresaban a los niños aborígenes, les hacían toda clase de maldades, como impedirles hablar su lengua, ya que la lengua es una tradición encargada de resguardar las tradiciones, humillarlos por sus costumbres, cortarles el pelo, violarlos, y a la postre, asesinarlos.
Sucedió, sucede y sucederá toda vez que "el progreso" y nuestra "sociedad civilizada", le eche el ojo a un territorio, sea en Medio Oriente, sea donde fuere.
Ante este hecho que sólo pueden discutir los cómplices del progreso, surgen otros hechos, como que empiezan a aparecer, misteriosamente, estas tumbas que permanecieron en silencio por mucho tiempo, así como empiezan a aparecer curas pedófilos por doquier, cuando curas pedófilos hubo siempre, ya que si prohíbo el sexo en los sacerdotes, con certeza convocaré a gente pedófila, y empiezan a arder los templos sin que nunca aparezca el responsable, y eso que en este mundo no se te cae un alfiler sin que alguna cámara de video lo registre.
Arden las Iglesias, como ardió Notre Dame de París el lunes de Semana Santa de forma "accidental". Atentado más alevoso y siniestro no hubo: sus efectos fueron soterrados, y por ello, más eficientes. Ni siquiera se advirtió que hubo un atentado, un atentado que va de la mano de este atentado más vasto llamado pandemia, al que se le agregarán nuevos atentados, como el anuncio de un ataque cibernético que paralizaría el mundo, y nuevas pandemias y desastres climáticos "inminentes".
Pero es importante aquí detenernos en este apuntar a la Iglesia para pegarle un tiro certero a la espiritualidad.
¿Por qué decimos que estos atentados anónimos están vinculados con la estrategia pandémica? Porque estamos a las puertas de un nuevo orden que requiere un cambio en toda la escala de lo humano, donde debemos incluir la espiritualidad, que no es otra cosa que el vínculo del individuo con todo el pasado, todo el futuro, todos los hombres y el universo.
Las religiones tradicionales están condenadas a desaparecer, pues ya no son eficientes para la nueva religión que se quiere imponer, la religión del cuerpo, la "nuda vida", como la llama Agamben. Es indudable que ese rol fue problemático en el pasado, y de ahí las herejías perseguidas a sangre y fuego, empezando por Jesucristo, el hereje máximo. Sumado a esto, es preciso erosionar todo poder que no sea el poder global, sean ejércitos, sean mafias, sean organizaciones religiosas.
Ya no son eficientes las antiguas religiones, pues de una manera u otra, la religión une al hombre con el todo, defiende valores y promete una vida en el más allá. Estos tres puntos son cruciales, pues se trata de atomizar al hombre y hacerle olvidar que forma parte de algo más vasto, la humanidad, se trata de que no tenga valores como la generosidad, la piedad y el coraje, ya que el único valor será un "cuerpo sano", y se trata de que no aspire a una vida en el más allá, pues una vida ilimitada será, en el futuro, garantizada a todos nosotros.
Ya hemos visto cómo en aras de una vida vacía de valores y espíritu, la gente está dispuesta a dejarse coartar sus derechos y libertades. Vivir, al precio que sea.
La nueva religión ya la vemos operando cada vez que no se come un manjar por el placer de comerlo, sino porque tiene tales proteínas y vitaminas. La grasa, aquella grasa que chisporroteaba en el fuego de Troya es el nuevo mal. Tras la grasa irá la carne, y ahí tenemos el discurso vegano que cuida la vida de los pobres animales sin preocuparse de la vida de las pobres plantas. Luego lo sucederán el vino, "la sangre de Cristo", que uno no puede comprar en las estaciones de servicio pasada la medianoche, e irá el tabaco, ese certero "cáncer", nada menos, cuya prohibición de fumar se extiende por el globo.
Tras esto irá un necesario ejercicio que no se practicará por la pasión que despierta, sino por que será necesario para el cuerpo, y ahí tenemos cómo en las trasmisiones televisivas de fútbol no existe el replay para las jugadas milagrosas, ni las pasan desde el origen, y en cambio se repiten hasta el cansancio unas insustanciales patadas y aparatosas caídas, un fútbol que además, al menos por ahora, no tiene público agregando pasión, y se sanciona ese pasional sacarse la camiseta para gritar un gol, mientras todo es observado por el ojo que todo lo ve.
El hombre hará lo que el sacerdote de la nueva religión, el médico, le indique que debe hacer, así como seremos gobernados por el gobierno mundial integrado por un conjunto de sabios, es decir, científicos, a sueldo del titiritero.
Todo esto suena aparatosamente conspiranoico, esa nueva palabra que cumple la función que en el pasado cumplió la palabra "loco". Pero lo cierto es que si algo hace el Poder en este mundo, es conspirar, y previo a hacer una masacre en Paraguay, los diarios prepararon a las poblaciones de Brasil, Argentina y Uruguay alertándolas sobre el sátrapa paraguayo: era crucial derrotarlo para llevar la democracia a aquel País. Cada vez que se prepara una invasión para apoderarse de recursos naturales o por la razón geopolítica que fuere, se hace una previa y deliberada campaña ideológica como cobertura del crimen, una campaña en la que cumple su rol hasta Hollywood. Una simple y obvia conspiración llevada a cabo por quienes pueden conspirar e incendiar iglesias, o alterar virus en los laboratorios, sin que nadie les diga nada.
Separados cada uno de nosotros en nuestras casas, y trabajando cada uno de nosotros desde nuestras casas, no tendremos la necesidad de ver al otro en la nueva economía desexualizada, pero no habrá atomización efectiva hasta erosionarle al hombre su vínculo con el todo, como aquella religión de los aborígenes que vivían en lo que luego fue Canadá. Luego vendrá la vida ilimitada, al menos, hasta que uno decida vivir.
Por esto es que dudo que el plan del titiritero sea reducir la población mundial. Lo que sí veo claro es que quiere, y ha logrado, reducir la sexualidad humana, y ha avanzado en un proceso por el cuál se le ha quitado a la mujer el control del parto. "Amaos los unos a los otros" se nos ha dicho. Esto nos lleva a una conclusión aparentemente insostenible: sin amor, no hay sentimiento religioso. El ataque a la sexualidad va indisolublemente ligado al ataque a las religiones que hemos heredado.
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